Marco Aristeo

Propósito en movimiento: mantenerte firme cuando todo cambia

Siempre pensé que el propósito era como una meta final, un destino al que llegas y, una vez ahí, todo cobra sentido. Hoy me doy cuenta de que no es así. El propósito no es un lugar fijo, es más bien como un río: fluye, se adapta, esquiva las rocas y sigue su curso. La roca puede parecer un obstáculo enorme, pero el río nunca se detiene: la rodea, la abraza, y sigue adelante con fuerza renovada. Así es la vida: el propósito verdadero no se quiebra con los obstáculos, se mueve con ellos.

Una de las experiencias que más me lo enseñó ocurrió hace cuatro años, en mi primer Medio Ironman. Durante la etapa de ciclismo, una señora invadió la carretera y terminé en el suelo tras un fuerte impacto. Lo primero que pensé fue: “hasta aquí llegué”.
La bicicleta dañada, las rodillas sangrando, el dolor en cada parte del cuerpo… era la excusa perfecta para abandonar. Pero entonces imaginé la cara de mis hijos, y lo que significaría decirles que me había rendido por una caída. Así que reparé como pude la bicicleta, limpié las heridas en el camino y seguí. Terminé los 90 km de ciclismo y, con esfuerzo y dolor, corrí los 21 km de la última etapa. Crucé la meta y concreté mi primer Medio Ironman. Ese día entendí que el propósito no es llegar intacto, sino decidir seguir avanzando.

El propósito no es estático, porque tú tampoco lo eres. Está vivo, se transforma, se mueve contigo. Y, como en la película En busca de la felicidad, a veces se mide en pequeños actos de resistencia, en no rendirte aunque lo hayas perdido todo, en dar un paso más cada día.

Hoy quiero compartir contigo 5 claves que me están ayudando a mantener el propósito en movimiento, incluso cuando todo alrededor cambia:

1.⁠ ⁠ El propósito es brújula, no mapa

En Programación Neurolingüística hay una frase poderosa: “El mapa no es el territorio.” Y aplica perfecto aquí. Un mapa puede darte rutas, pero nunca refleja la realidad completa: las piedras, las subidas, las tormentas. El propósito, en cambio, funciona como una brújula: no te dice exactamente cómo caminar, pero sí te asegura hacia dónde.

Stephen Covey lo llamaba “empezar con un fin en mente”. Para mí, ese fin no es un plan rígido, sino una dirección clara. Hoy entiendo que los mapas cambian, pero la brújula permanece.

2.⁠ El propósito real es la felicidad

He perseguido logros, cifras, reconocimientos… pero con el tiempo comprendí lo que Simón Cohen escribe en Pleno: el verdadero propósito es ser feliz, siempre que tu felicidad no destruya la de otros.

En En busca de la felicidad, Will Smith interpreta a un padre que lo pierde todo, pero no su visión de darle a su hijo un futuro mejor. Esa búsqueda lo sostiene. Yo también he sentido lo que es perder mucho, y aun así descubrir que lo único que mantiene viva la fuerza es esa brújula interna de felicidad. Hoy mi pregunta no es solo “¿qué quiero lograr?”, sino “¿qué me hace feliz en este proceso?".

3. De la ambición al servicio

Robin Sharma, en El monje que vendió su Ferrari, explica que lo material puede darte velocidad, pero no dirección. Lo estoy aprendiendo en carne propia: lo que realmente da sentido no es lo que acumulo, sino lo que aporto.

Servir —acompañar, inspirar, transformar— convierte la ambición en plenitud. La diferencia entre una vida vacía y una vida con propósito es simple: en la primera, lo que haces termina en ti; en la segunda, trasciende en otros.

4.⁠ Propósito en lo cotidiano

No hay que esperar a un gran proyecto para vivir con propósito. Eckhart Tolle enseña en El poder del ahora que la transformación ocurre en el presente. Estoy descubriendo que el propósito no se esconde en grandes logros, sino en lo cotidiano: escuchar con atención, apoyar a alguien en silencio, trabajar con amor en lo que tengo hoy.

El propósito en movimiento no son pasos gigantes, son pasos constantes. Y muchas veces, esos pasos pequeños terminan siendo los más importantes.

5. Un legado en movimiento

Viktor Frankl escribió en El hombre en busca de sentido que el ser humano puede soportar cualquier “cómo” si tiene un “porqué”. Ese “porqué” es el propósito. Y lo extraordinario es que no termina en ti: cuando se comparte, se convierte en legado.

Hoy comprendo que mi propósito no es solo alcanzar metas personales, sino dejar huellas en las vidas que toco: inspirar a alguien a soñar más alto, animar a alguien a dar un paso más, acompañar a alguien a no rendirse. Un propósito compartido se multiplica y se convierte en trascendencia.

Reflexión final

Lo que hoy descubro es que el propósito no se alcanza como un trofeo. Se vive, se siente, se respira en cada paso. No es una meta al final del camino: es el aire que me permite caminar.

Y mientras siga caminando, sé que mi propósito está en movimiento… puesto que lo que nos hace feliz puede cambiar en cada etapa de la vida, y eso basta.

El propósito no se encuentra: se vive, se comparte y se multiplica. Porque cuando caminas con la brújula de la felicidad en movimiento, tu vida se llena de sentido, sin importar cuántas tormentas lleguen.